Este sábado comienza bajando a la playa pronto por la mañana. Todos estamos un poco quemados (y eso que ayer nos dimos protección a tope), por lo que además de la protección nos ponemos las camisetas protectoras de Decatlon. Hoy probamos a bajar por el camino del otro lado del hotel Riu, que está menos concurrido. Salimos a un trozo de playa mucho más vacío, más cómodo. Como sigue habiendo algo de Levante, ponen bandera amarilla. Sin embargo el mar no parece peligroso, y tiene o las fantásticas para la niña (ni demasiado grandes ni demasiado pequeñas). La consecuencia es que está dos horas en el agua, primero conmigo, luego con los dos y finalmente con Tere. Curiosamente coge la tabla de surf pero no le saca gusto y la deja en un momento. Después se van a coger conchas las dos mientras yo me siento en la silla de playa. Por cierto, se rompe. Terminamos la mañana en la piscina.
Comemos en casa empanada y gazpacho nosotros, macarrones la niña.
Tras la comida un rato de tumbing. Hablo con el cole por teléfono y bajamos de nuevo a la playa cuando baja un poco el calor. Otra vez la niña se baña muchísimo rato. Cuando salimos nosotros sigue sola en el agua sin problemas. Le encanta y está feliz.
De nuevo vamos a cenar, tras ducharnos en casa, al restaurante de ayer. Se notaba que es sábado y había más mesas ocupadas. Cenamos pota y calamar a la plancha mientras Aitana vuelve a cenar sus croquetas favoritas. Menos mal que entra helado de postre porque, por más que lo intentamos, es imposible comprar un helado por las colas. Lo cual me lleva a analizar que esto está lleno como nunca lo hemos visto. ¡No sé en que va terminar la pandemia!
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