Conrad se inspiró, hasta cierto punto, en su viaje al Congo colonizado y devastado por el rey Leopoldo II de Bélgica. El relato tiene como protagonista y narrador al personaje ficticio Charles Marlow, quien describe su viaje desde Londres hasta el río Congo en búsqueda del jefe británico de una explotación de marfil de apellido Kurtz.
En 1890 Joseph Conrad fue contratado a sus 32 años por la compañía belga SGB para trabajar a bordo del barco de vapor Roi des Belges por el río Congo. Durante su travesía de seis meses, Conrad queda horrorizado por la brutalidad con la que los europeos actuaban en África. Tras años de pensar sobre aquel viaje escribió una novela que, según sus propias palabras, relataba «una experiencia llevada un poco (y sólo un poco) más allá de los hechos reales». Sin embargo, la palabra «Congo» no aparece ni una sola vez en la novela, ya que Conrad no quería ser demasiado explícito en su relato. Es indudable que su experiencia personal y el relato del protagonista guardan fuertes similitudes.
El relato se encuentra dividido en tres partes, que describen en primer lugar una aproximación de los hechos y el inicio del viaje de su protagonista, en segundo lugar el desarrollo del mismo y, finalmente, su conclusión.
La novela se centra en un marino llamado Charlie Marlow, el cual narra una travesía que realizó años atrás por un río tropical, en busca del enigmático señor Kurtz, jefe de una explotación de marfil que a lo largo de la novela adquiere un carácter simbólico y ambiguo.
Los dos primeros tercios de la novela narran el viaje de Marlow de Londres a África, y remontando el río, hasta alcanzar la base de recolección de marfil en la que se encuentra un empleado de la compañía belga que le ha contratado. Ese empleado, llamado Kurtz, ha tenido un enorme éxito en el tráfico de marfil, pero eso le ha granjeado la envidia de otros colegas. Marlow intuye que Kurtz ha roto con todos los límites de la vida social tal y como se conoce en Europa, lo que le repele y atrae al mismo tiempo.
En el camino, Marlow será testigo de la situación extrema en que viven los colonos europeos, su brutalidad hacia los nativos africanos, y deberá superar todo tipo de obstáculos —retrasos, enfermedades o ataques de indígenas— hasta alcanzar su destino. Cuando finalmente se encuentra con Kurtz, cuya imagen ha ido agrandándose y mitificándose durante el proceso, descubre que se trata de un personaje misterioso, al que los nativos idolatran como si fuera un dios, pero que parece haber caído en una locura bestial. Como legado deja un panfleto en el que detalla cómo civilizar a los nativos y que incluye una anotación brutal: «¡Exterminad a todas esas bestias!». Marlow y sus compañeros de viaje logran llevar a Kurtz, ya gravemente enfermo, al pequeño barco de vapor que debe sacarlo de la selva, pero este muere en el trayecto, pronunciando ante Marlow sus últimas y enigmáticas palabras: «¡El horror! ¡El horror!». El viaje de Marlow al corazón del continente africano se transforma así en un descenso a los infiernos, pero también en una crítica al imperialismo occidental y una investigación acerca de la locura.
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