Podrá gustar más o menos, pero parece innegable que «Jurado Nº2» es, al menos, una película para adultos. Algo que, con toda probabilidad, resultará casi extravagante para muchos espectadores, teniendo en cuenta el infantilismo posmoderno y la falta de compromiso que dominan la inmensa mayoría de producciones comerciales en Hollywood. Es una película para adultos como lo puede ser «El dilema» (1999), de Michael Mann, o cualquiera de Sidney Lumet —como «La noche cae sobre Manhattan» (1996) o «Veredicto final» (1982), con las que guarda cierta relación—, propuestas estadounidenses admirables que fueron capaces de llegar al gran público sin necesidad de subestimar al espectador, cuyas imágenes desprendían un amplio sentido de la ética. Hoy, incluso gran parte de los estrenos con temáticas supuestamente “adultas” siguen dando la impresión de estar dirigidos a adolescentes o a adultos infantilizados.
Esta virtud nada tiene que ver con el academicismo propio de los Oscar, y también es ciertamente independiente de su condición de clásico —que sigue manteniendo—, pues la poseen otros realizadores como Lynch, sin ir más lejos, cuyo cine siempre ha rebosado inteligencia y madurez por muy vanguardista que se presente. En cualquier caso, esa reconfortante sensación de que Eastwood se dirige al espectador de adulto a adulto —presente desde siempre en su filmografía—, la habitual honestidad que acompaña al clasicismo de su estilo, el complejo sistema de valores que despliega, el respeto por sus personajes y por el espectador, o la emoción y humanidad que transmite progresivamente su narración son algunos de los aspectos que convierten a «Jurado Nº2» en un pequeño faro entre las provocaciones vacías y las obras falsamente comprometidas que parasitan los festivales de cine.
La nueva película de Clint Eastwood es, de alguna manera, una especie de continuación espiritual de «Ejecución inminente» (1999). Sin embargo, Eastwood se muestra ahora menos idealista y más desengañado, aquí la ambigüedad moral de sus personajes es mucho mayor y la oscuridad que asoma de ellos parece más realista, pues su director está al tanto de los tiempos que corren. Nada es lo que parece en esta propuesta, nada está anunciado desde el principio, ningún personaje se encuentra encasillado en la personalidad que se nos presenta en su planteamiento. Durante el desarrollo sobrio y clásico de esta historia todo está vivo y abierto hasta el final.
Además, no deja de ser sorprendente la dirección que se hace de los actores y cómo el cineasta juega sutilmente con el punto de vista: es obligatorio destacar el carisma y la credibilidad del personaje interpretado por Toni Collette, los matices de su interpretación, sus luces y sombras, su evolución y la forma en que termina siendo la verdadera protagonista de esta reflexión moral.
El nonagenario Eastwood continúa dirigiendo de manera justa e impecable, y es inevitable recordar el caso cercano del cineasta portugués Manoel de Oliveira, quien dirigió a sus 104 años «Gebo y la sombra» (2012), consiguiendo milagrosamente una pureza solo posible de alcanzar a esa edad. Uno también piensa en la lucidez que se podía encontrar en las últimas obras de Éric Rohmer o de John Huston. Ahora, tenemos la inmensa suerte de poder contemplar, todavía en 2024, nuevas películas de Víctor Erice, Francis Ford Coppola o Clint Eastwood. Películas que no se venden a nada y que, con sus imperfecciones, siguen siendo arriesgadas, inteligentes, libres y adultas.
Esta virtud nada tiene que ver con el academicismo propio de los Oscar, y también es ciertamente independiente de su condición de clásico —que sigue manteniendo—, pues la poseen otros realizadores como Lynch, sin ir más lejos, cuyo cine siempre ha rebosado inteligencia y madurez por muy vanguardista que se presente. En cualquier caso, esa reconfortante sensación de que Eastwood se dirige al espectador de adulto a adulto —presente desde siempre en su filmografía—, la habitual honestidad que acompaña al clasicismo de su estilo, el complejo sistema de valores que despliega, el respeto por sus personajes y por el espectador, o la emoción y humanidad que transmite progresivamente su narración son algunos de los aspectos que convierten a «Jurado Nº2» en un pequeño faro entre las provocaciones vacías y las obras falsamente comprometidas que parasitan los festivales de cine.
La nueva película de Clint Eastwood es, de alguna manera, una especie de continuación espiritual de «Ejecución inminente» (1999). Sin embargo, Eastwood se muestra ahora menos idealista y más desengañado, aquí la ambigüedad moral de sus personajes es mucho mayor y la oscuridad que asoma de ellos parece más realista, pues su director está al tanto de los tiempos que corren. Nada es lo que parece en esta propuesta, nada está anunciado desde el principio, ningún personaje se encuentra encasillado en la personalidad que se nos presenta en su planteamiento. Durante el desarrollo sobrio y clásico de esta historia todo está vivo y abierto hasta el final.
Además, no deja de ser sorprendente la dirección que se hace de los actores y cómo el cineasta juega sutilmente con el punto de vista: es obligatorio destacar el carisma y la credibilidad del personaje interpretado por Toni Collette, los matices de su interpretación, sus luces y sombras, su evolución y la forma en que termina siendo la verdadera protagonista de esta reflexión moral.
El nonagenario Eastwood continúa dirigiendo de manera justa e impecable, y es inevitable recordar el caso cercano del cineasta portugués Manoel de Oliveira, quien dirigió a sus 104 años «Gebo y la sombra» (2012), consiguiendo milagrosamente una pureza solo posible de alcanzar a esa edad. Uno también piensa en la lucidez que se podía encontrar en las últimas obras de Éric Rohmer o de John Huston. Ahora, tenemos la inmensa suerte de poder contemplar, todavía en 2024, nuevas películas de Víctor Erice, Francis Ford Coppola o Clint Eastwood. Películas que no se venden a nada y que, con sus imperfecciones, siguen siendo arriesgadas, inteligentes, libres y adultas.

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