Hasta el fin del mundo arranca con una escena cargada de tensión, acción, violencia y sangre que puede dar un indicio falso de lo que va a ser el devenir de la historia. Mortensen plantea una trama que bien podría verse reflejada en los western clásicos de búsqueda, captura y venganza. Nada más lejos de la realidad, el director decide tomar un camino muy distinto, presentándonos un drama —melodrama, a mi parecer— familiar en el que las relaciones de los protagonistas son las verdaderas conductoras de la historia.
Si algo tiene claro el realizador es que no pretende hacer un ejercicio de dirección rocambolesco. Viggo Mortensen presenta una película de corte clásico en la que deja que los protagonistas sean los que se luzcan en pantalla. No busca hacer grandes movimientos de cámara ni trampantojos de ningún tipo, tampoco busca llenar el encuadre con elementos que pretendan cargar con gran simbolismo la escena. Él está ahí por y para los actores. Y sí, como director no busca destacar, pero a nivel interpretación está bastante bien, haciendo ver que para él no pasan los años.
Sin embargo, el montaje se contrapone a la dirección. En este caso, el director opta por una estructura más postmoderna, dejando el relato al servicio de los continuos flashbacks sobre la vida de los protagonistas, en especial, la de Vivienne. El personaje de Vicky Krieps, se encarga de tomar las riendas en los acontecimientos pasados y además, en oposición al corte clásico mencionado anteriormente, denota cierta carga simbólico-fantástica en los recuerdos de su infancia.
Viggo Mortensen se regala una película de lo más personal, permitiéndose un particular homenaje a sus raíces europeas, pues ninguno de sus dos protagonistas es americano y, concretamente, el del director es danés.
No es un western de acción, sino una película movida por el amor y la añoranza en la que todos sus personajes brillan. Vicky Krieps se encarga de tomar el peso de la narración en todas sus escenas interpretando a una mujer fuerte e independiente, mientras que el antagonista, Solly McLeod, está de lo más terrorífico portando, en todo momento, sombrero y guardapolvos negros, como en las clásicas películas del oeste. Aunque es cierto que el montaje fragmentado hace que cueste más seguir el hilo narrativo, Mortensen puede estar satisfecho del trabajo que ha realizado.
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