La cuarta película de Daniel Craig como el agente 007, y segunda para el realizador inglés Sam Mendes, no consigue llegar al nivel de Skyfall, su predecesora y mejor película de la franquicia en los últimos años.
Con un virtuoso prólogo ambientado en la Ciudad de México en pleno festejo del Día de Muertos, la expectativa de ver una gran película se agranda ante esa secuencia plagada de tensión y adrenalina con un marco inmejorable que incluye un logrado plano secuencia, multitudes de extras disfrazados, una escena llena de peligro en un helicóptero en pleno vuelo y la belleza del Centro Histórico del DF.
Pero lamentablemente para esta película, ese apabullante inicio es lo mejor que tiene para mostrar ya que lo que viene después no consigue nunca ponerse a la altura, y lo peor, el resto del metraje posee bastantes momentos que rozan el aburrimiento.
Lo primero que se echa en falta es el personaje que interpretaba la extraordinaria Judi Dench, esa interminable pugna entre ella y Bond y todo el juego que generaban en su relación no tiene mayor desarrollo ni interés ahora que el personaje que interpreta Ralph Fiennes asume el control del MI6.
Después, el poco efectivo villano que interpreta Chistoph Waltz no consigue ponerse a la altura, además de que aparece por primera vez en pantalla un poco más adelante de la mitad del metraje, y que pareciera ser el mismo rol en que se lo ha visto en algunas de sus últimas interpretaciones: sobreactuado y repetitivo.
Así, conforme avanza el tiempo, la nueva película de Bond se pierde entre secuencias que parecieran alargarse sin sentido y llenando de tedio un relato que vivió sus mejores momentos en sus lejanos primeros 15 minutos, demasiado poco para una película tan larga, a la que ni la efímera aparición de Monica Bellucci ni la enigmática belleza de Léa Seydoux consiguen salvar.
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