sábado, 8 de noviembre de 2014

Publicado en el diario de leon

ernesto escapa 08/11/2014

Las últimas relaciones de monumentos en peligro incorporan varios ejemplos de nuestra frontera del Cea, donde la lima de la historia ha sido más implacable. De Puente Almuhey a Valderas, abundan los testimonios de incuria. Y lo que se arregla, con gasto cuantioso, queda chapuceado de goteras, como viene pasando en la Peregrina de Sahagún. Aunque el Cea no resulte un río particularmente ilustre ni caudaloso, sus riberas ofrecen, junto al testimonio de algunas ruinas elocuentes y de varias villas principales con historia insigne, el encanto de un recorrido que se desliza desde la abrupta montaña de hoces y hayedos hasta la suave planicie blasonada, pasando por la vega de transición, que señorea la enigmática villa de Almanza. La vega del Cea reúne en torno a Almanza robledales centenarios y jugosas leyendas sarracenas. Entre Puente Almuhey y Almanza los horizontes se dilatan, bordeados de robledales centenarios, de una belleza espectacular.

En las lomas que fueron antes tierras de labor compiten ahora las urces con los piornos y las escobas. Poco a poco, los ribazos de arcilla y las construcciones de adobe sustituyen, en suave mudanza, la verde uniformidad cromática de la cabecera del valle. Villamorisca da paso a los pueblos que llevan en su apellido la pertenencia a la jurisdicción de Almanza. Estamos en ese punto en que la toponimia da lugar a los más peregrinos dislates. Así que de Almanza, Almanzor o viceversa. Por eso el imaginario ha instalado en su castillo enmascarado el harén de Almanzor. Almanza conserva un encanto sin alharacas pero muy atractivo. En los soportales de su plaza mercantil, en el palacio e incluso en la torre pinturera que el arquitecto Torbado levantó en la cima para realzar su toponimia árabe de mirador. La encrucijada de Almanza ofrece caminos abiertos hacia los encinares y robledales de los páramos circundantes: el melojar de Valdefuentes, los pinares de Riocamba, los hornos dispersos del carboneo tradicional. Ahora la cerca de Almanza se encuentra en un estado de deterioro alarmante.

Aguas abajo, el caserío de Cea lo divide por la mitad la carretera, repartiendo el pueblo entre los barrios de Santa María y San Martín. El castillo afronta un invierno más erguido sobre El Pego, un teso arcilloso que la lluvia ha ido arando con surcos como cárcavas. En la meseta del cerro, una señal de peligro traída de alguna carretera avisa del riesgo cierto de dar un mal paso y caer al abismo del río. Es impresionante el cortado que se abre a los pies del castillo, que no se puede bordear andando. Para admirar su estatura desde abajo, hay que cruzar entre los muros, que abren un portillo de asombro a la vega que domina el puente de ocho ojos. Con cautela y por el cauce del foso.

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