Adaptación de la novela homónima de Patricia Highsmith.
En El talento de Mr. Ripley, el protagonista es un chico sensible, frágil, refinado, aficionado a la música, extremadamente inteligente y no menos temerario. Un ser acomplejado por un origen humilde, que no ansía otra cosa que el reconocimiento social que lleva consigo la posesión de una cuenta bancaria dilatada. Con una mentira aparentemente inofensiva y la suerte de su lado, emprende unas vacaciones pagadas a Italia, donde se dejará cautivar por los placeres de la vida fácil, las juergas costeras, el recorrido de las más elitistas rutas marítimas, y ante todo, por la compañía de dos niños ricos a los que idolatrará y entre los que acabará sintiéndose integrado.
Pero cuando empiece a desvanecerse el espejismo; cuando deje de ser novedad y divertimento para Dickie y se convierta en poco más que un gorrón, en un estorbo; cuando vea peligrar la permanencia de esos maravillosos días que tanto había ansiado y de los que no puede ni quiere despegarse, Ripley desplegará su enfermizo talento para aferrarse con mentiras patológicas y estremecedores remiendos al pedazo de vida que, cree, le pertenece. Y sufrirá. Y nosotros sufriremos con él, con la constante guerra que acontece en su interior y que se refleja en la angustiada expresión facial de la que sólo será testigo el espectador. Y casi todo gracias a la visceral, insuperable e infravaloradísima interpretación de Damon, que en NADA debe envidiar las dotes interpretativas del amigo Law.
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