En Sicilia, una vía estrecha de 114 kilómetros rodea el Etna en cuatro horas de viaje y acaba a sólo media hora de Taormina, destino costero, icónico y lujoso, del primer turismo. Como esa ferrovía que los une, los pueblos del interior llevan una existencia tranquila, tal vez hasta demasiado, aunque con un ojo siempre en el Etna, símbolo de identidad, de mierte y de vida.
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