El libro es duro, muy duro. Pero tal y como es la realidad de un país que lleva en guerra 41 años. Sin embargo, algunos capítulos, en los que se limita a retratar costumbres, gentes y momentos curiosos de la realidad afgana, son más llevaderos. En todo momento se nota la mano de un periodista y no de un novelista. La narración no se deja llevar y es como un retrato, nos dice lo que quiere decir, y ya está. No hay filigranas.
Está bien, pero no es para todo el mundo.
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